las palabras “mantenerse sobrio” —sin mencionar vivir sobrio— nos ofendieron la primera vez que se nos dio ese consejo. Aunque es cierto que habíamos bebido mucho, gran parte de nosotros nunca nos sentimos borrachos, y estábamos seguros de que casi nunca dábamos la impresión de estar borrachos ni hablábamos como borrachos. Muchos de nosotros nunca nos tambaleábamos, ni nos caímos, ni se nos ponía la lengua pesada; otros muchos nunca se comportaron de manera escandalosa, no faltaron ni un día al trabajo, nunca tuvieron accidentes de automóvil, y con toda seguridad nunca fueron hospitalizados ni encarcelados por embriaguez. Conocíamos a un buen número de personas que bebían mucho más que nosotros, y a otras que no podían aguantar mucho bebiendo. Nosotros no éramos así. Y por lo tanto, la sugerencia de que tal vez deberíamos “mantenernos sobrios” era casi un insulto.