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Cuando un cristiano serio dirige su atenciÃŗn al estado estÊril del desierto por el que viaja, con frecuencia debe suspirar por los pecados y las penas de sus compaÃąeros mortales. El corazÃŗn renovado tiene sed con santo deseo, de que el ParaÃso que se perdiÃŗ por AdÃĄn, pueda ser plenamente recuperado en Cristo. Pero los desbordamientos del pecado interior y exterior, el descuido del alma, el orgullo de la incredulidad, la avidez del apetito sensual, la ambiciÃŗn de grandeza mundana, y la arraigada enemistad del corazÃŗn carnal contra Dios; estas cosas son como "las serpientes ardientes, y los escorpiones, y la sequÃa", que angustian su alma, mientras viaja por "aquel grande y espantoso desierto".
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A veces, como un peregrino solitario, "llora en lugares secretos", y "rÃos de agua corren por sus ojos, porque los hombres no guardan la ley de Dios". De vez en cuando se encuentra con algunos compaÃąeros de viaje, cuyo espÃritu es afÃn al suyo, y con los que puede tomar "dulce consejo juntos". Se consuelan y fortalecen mutuamente por el camino. Cada uno puede relatar algo de las misericordias de su Dios, y cuÃĄn amablemente han sido tratados, a medida que avanzaban. La tristeza del camino es asà disipada, y de vez en cuando, por un tiempo, felices experiencias de los consuelos divinos alegran sus almas: "el desierto y el lugar solitario se alegran por ellos; el desierto se regocija y florece como la rosa".
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Pero aun en el mismo momento en que se enseÃąa al cristiano a sentir la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, a confiar en que estÃĄ personalmente interesado en las bendiciones de la salvaciÃŗn, y a creer que Dios promoverÃĄ su propia gloria glorificando al pecador penitente; sin embargo, las penas se mezclarÃĄn con sus consuelos, y no se regocijarÃĄ sin temblar, cuando reflexione sobre el estado de los demÃĄs hombres. Las preocupaciones relacionadas con las relaciones terrenales estÃĄn todas vivas en su alma, y, por la operaciÃŗn del EspÃritu de Dios, se convierten en principios santificados y motivos de acciÃŗn. Como esposo y padre de familia, como prÃŗjimo del pobre, del ignorante, del malvado y del desdichado; sobre todo, como supervisor espiritual del rebaÃąo, si tal es su santa vocaciÃŗn, el corazÃŗn que ha sido enseÃąado a sentir por su propio caso, sentirÃĄ abundantemente por los demÃĄs.