No hubo ninguna advertencia. No hubo forma de prepararse. Uno podrÃa pensar que el fin del mundo llegarÃa lentamente, o estrepitosamente, o tal vez con tanta rapidez que el fin serÃa una vasta y oscura nada. Uno podrÃa pensar que habrÃa noticias circulando sobre una catÃĄstrofe inminente. AlgÚn indicio de cÃģmo perecerÃa la raza humana. Uno pensarÃa...
Fue imposible ver caer la fina niebla azul en el cielo nocturno. CubriÃģ todo a su paso: casas, coches, los juguetes dejados por los niÃąos en los patios, el suelo. Al amanecer, serÃa imposible de detectar. El velo de la sustancia tÃģxica era fino, pero suficiente para hacer el daÃąo para el cual estaba destinado. Cualquiera que tuviera la mala suerte de estar fuera en el momento de la contaminaciÃģn morirÃa. Los aviones que volaron esa noche serÃan algunos de los Últimos en volar.
La oscuridad de la noche, como siempre, darÃa paso a la luz de la maÃąana. La gente se despertarÃa en busca del desayuno en un perezoso fin de semana. Las madres empezarÃan a preparar a los niÃąos para un dÃa de juego. Los perros gemirÃan por salir fuera. Los muertos se levantarÃan.
Zoe ha estado sola desde que era una adolescente, cuando la tragedia se llevÃģ a su familia, y viviendo en un pequeÃąo pueblo remoto, retirada de la sociedad. Su viejo amigo, Adam Boggs, la dejÃģ aÚn mÃĄs destrozada cuando se fue a la universidad y dejÃģ de responder a sus cartas y llamadas. Cuando Boggs regresa de visita a la ciudad, ambos intentan reconciliarse. La maÃąana siguiente provocarÃĄ un final de la vida tal y como la conocÃan.
Huyendo para salvarse, pronto se cruzan con otros supervivientes. No llevarÃĄ mucho tiempo hasta que se dan cuenta de que los muertos no son las Únicas cosas que hay que temer.
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