Una colección de 15 cuentos clásicos infantiles, narrados a voz de Mario Iván Martínez.
Ricitos de Oro era una niña a la que le gustaba reunir ramos de flores de los lindes del bosque. Un día camina demasiado lejos y se pierde entre los árboles, incapaz de encontrar el camino de vuelta al pueblo. Después de caminar mucho y cada vez más asustada, encuentra en medio del bosque una cabaña de madera vacía. Hambrienta, cansada y con miedo por la noche en ciernes, entra a la cabaña y encuentra una mesa con tres platos de avena. Prueba el primero, pero estaba muy caliente. Prueba el segundo, pero estaba muy frío. Prueba el tercero, ¡y estaba perfecto! Tiene experiencias similares con una silla y una cama, hasta que cae dormida por el cansancio.
Mamá, Papá y Bebé Oso, los dueños de la cabaña, eventualmente regresan a su hogar y ¡cuál sería su sorpresa al encontrar a una niña con cabello de oro dormida en la cama!
Robert Southey (1774-1843) fue el menos conocido de los «poetas lakistas», en parte por poseer menos talento que Wordsworth y Coleridge, en parte porque dedicó muchas de sus energías a la prosa, y quizá también, finalmente, porque Lord Byron lo condenó ante la posteridad al atacarlo más de una vez en su Don Juan y burlarse abiertamente de él en su obra satírica La visión del juicio. Y lo que nadie recuerda es que había sido Southey quien había atacado antes a Byron en el prefacio a uno de sus largos poemas.Quizá el único libro de Southey que en verdad pervive es su breve pero excelente Vida de Nelson (1813). Visitó Portugal y España, y su relación con nuestro país quedó plasmada en su obra: no solo tradujo al inglés el Amadís de Gaula, el Palmerín de Inglaterra y el Cantarde Mio Cid, sino que se molestó en escribir, en tres volúmenes, una no desdeñable Historia de la Guerra Peninsular (1823-1832) y la excelente narración La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre (1821). Tuvo el cargo de Poeta Laureado, que le vino bien económicamente pero que sufrió como una losa y le ganó el desprecio de los poetas más jóvenes. Dicho sea en su descargo, se negó a cumplir con uno de los cometidos del cargo, escribir odas de cumpleaños. Fue concuñado de Coleridge y tuvo trato con Walter Scott, De Quincey y Wordsworth. Este último dijo de él hacia el final de su vida: «Es doloroso ver cuán completamente muerto está Southey para cuanto no sean los libros». Como le reconoció hasta su enemigo Byron, fue un hombre decididamente apuesto. Tal vez por eso contrajo matrimonio en segundas nupcias, a los sesenta y cinco años. Al parecer, regresó de su prolongado viaje de bodas en un estado de profundo agotamiento mental, del que ya no se recuperó hasta su muerte. Según sus contemporáneos, el último año de su vida lo pasó «en un mero trance».
Mario Iván Martínez realizó sus estudios de canto y actuación en Londres, Inglaterra, bajo el auspicio del Consejo Británico. En doce ocasiones, las más relevantes asociaciones de críticos de teatro le han otorgado el premio al mejor actor del año. Su colección de audiolibros para niños y jóvenes comprende XXIII volúmenes. Otros trabajos en los que ha prestado su voz incluyen El Principito, La niña que adelantó el Gran Reloj y La historia sin fin. Entre sus trabajos actorales más destacados se encuentran el doctor Brown de la película Como agua para chocolate (Premio Ariel) y el unipersonal Diario de un loco. Recientemente escenificó Vincent, girasoles contra el mundo, dramaturgia de su propia autoría en la que encarnó al pintor neerlandés Vincent van Gogh, bajo la dirección de Luly Rede.